Hace tiempo yo era como ahora, pero más maleable, más adaptable a las situaciones, más conformista, más necesitada de la aprobación ajena... vamos una adolescente.
Entonces conocí a una persona que me daba exactamente lo que necesitaba: guías maestras de una vida. Seguí a esa persona sin darme cuenta de que al hacer caso a esas guías estaba tapando con arena las que yo misma debería haber descubierto en mi interior.
La espiral se hizo tan fuerte que mi personalidad cambió por completo y yo no era sino un muñeco de trapo que se dejaba utilizar, con una personalidad loca por salir pero sin encontrar una salida por dónde hacerlo (lloraba y lloraba ante la impotencia).
Tonta de mí yo llamé a eso amor. Pues vaya amor, pienso hoy en día, cuando te anulan la personalidad y te convierten en una persona tristona y solitaria. Para eso prefiero no tener nada.
Claro que en ese momento tenía una venda (que yo, gilipollas de mí, me había puesto) y sólo logré quitármela y analizar la situación un buen tiempo después de la ruptura (que fue como de novela medieval).
Ahora, que ya no tengo esa venda (quien sabe si tengo otras o no), y veo las cosas con la distancia que el tiempo proporciona, simplemente me compadezco de esa persona, porque no sabe ser feliz, le encanta pensar que todo le sale mal y que la gente quiere pasar por encima de él constantemente.
Nada más lejos de la realidad. Es una persona normal y corriente, pero acomplejado hasta en el último pelo de su sien. Una verdadera desgracia, porque tiene todo el potencial del mundo para triunfar y, sin embargo, se queda mirando su ombligo de sabio cinéfilo, pensando que le valoran poco para lo mucho que sabe (esa superioridad que demuestran la gente que siente complejo de inferioridad), haciendo algún proyecto que le sale y obviando cualquier crítica posible.
Yo, que no soy una persona tan rencorosa como pienso, seguí viendo a esta persona después de que el
romance acabase, como amigos que han vivido mucho juntos. Desde entonces ya son más de tres las veces que me ha decepcionado y ni siquiera ha llamado para dar un
gracias o un
perdón.
Yo no soy rencorosa, pero tampoco soy una persona que se deje pisar constantemente, ni me voy a humillar por hablar con alguien que no me demuestra que le importo lo más mínimo. Sin dolores ni preocupaciones he decidido que esa persona viva su vida, no me importa lo que sea de ella. Ojalá que a ella tampoco le importe yo.
Ilustración de
Chewing the cud again