Mea culpa.

No tengo tengo éxito en el sector laboral. No voy arrasando por la vida, no soy una mujer objeto, no tengo un cuerpo diez, no tengo un cerebro de matrícula de honor (sólo sobresaliente), no hablo ninguna lengua muerta ni soy la mayor fan de ningún director danés que crea movimientos cinematográficos.

Tampoco tengo una estatura de vértigo ni unas piernas de escándalo. No soporto mucho tiempo unos inflamantes tacones y los escotes me dan la vergüenza del que se siente observado. Jamás he sido capaz de ser una femme fatale ni hacerme una sesión de fotos con Chanel no 5 como único vestuario.

Si me paro a pensar no he leído más de un libro de Platón, Sófocles o Flaubert. De Hesíodo, Proust o Joyce no he abierto ni una sola página. También me podría avergonzar de haber leído libros de Anne Rice, Stephen King o Meg Cabot.

Tengo miles de complejos relacionados con mis kilos de más, con mi falta de cabello, con mis pecas por todo el cuerpo, con mis dedos morcillones y otras cosas de menor calado que tampoco vienen a cuento...

Todo esto (y más que podría) tiene que ver con el desastroso post de ayer en el que intenté un absurdo prefacio sobre la mujer perfecta.

Qué sabré yo de mujeres perfectas.