Querida Ratilla del Desierto...

Querido Luis,
te escribo este post como parte de una promesa de palabra y de pensamiento. Era necesario escribirlo, ya que cuando éramos novios no te nombraba nunca por estos lares, y a ti te jodía mogollón.
Ahora que no somos novios, si no amigos, es el momento de hacerlo, con muchísima más libertad de expresión y con menos recelo de mi intimidad, que es tan mía que no quiero que nadie la conozca (tú me entiendes).
Estoy muy contenta de haberte visto de nuevo después de estos ocho meses de vacío que nos hicimos, aunque sabiendo cada uno del otro (bueno, yo de ti sabía menos, a ver si te haces un blog ya, por lo menos para poder abandonarlo a la semana) y acordándonos constantemente de cosas del pasado (¿a tí no te pasaba?).
Es que tres años es mucho tiempo como para que ahora vengamos y hagamos como que no nos conocemos. Basta que sonrias, o que yo te de un beso en la frente para conseguir cada cual lo que quiere del otro. Hemos pasado a una fase mejor, ya ni novios ni nada, somos amigos, pero con un grado de confianza que ya quisieran el gordo y el flaco (y nunca mejor dicho).
Y eso que dicen de la tensión sexual entre nosotros... aunque, también dicen que algún bloguero liga conmigo... están obsesionados con que me paso la vida ligando y f***, pero vamos, ni caso!
No sabía cómo dedicarte el post, ni qué decir, y temo que esta entrada sea en exceso personal pero me apetecía, porque a tí también te apetecía... bueno, ya sabes que te quiero ver pronto, para que me pongas a parir a esas mujeres con las que andas, que yo haré lo mismo con los hombres con los que...
Y sin embargo, todo lo que he escrito se queda corto, soy incapaz de describirte porque vas más allá de las palabras, aunque a veces seas tan tonto que bajas al infierno de los insultos... he ahí tu mérito, vivir en arenas movedizas.

Muacks!

(Como le jode a Jose Lopez, voy a poner un trozo de una canción. Ruido, de J.Sabina)

Porque todos los finales
son el mismo repetido
y con tanto ruido
no escucharon el final
Descubrieron que los besos no sabían a nada,
hubo una epidemia de tristeza en la ciudad.
Se borraron las pisadas,
se apagaron los latidos,
y con tanto ruido
no se oyó el ruido del mar.
Mucho, mucho ruido...